CONSTANTINA-CERRO DEL HIERRO
ORGANIZA: Guilda Sen de Ritmo.
9 abril, 2016 (Sabado)
Distancia Duración Dificultad Tiempo: 13,23 Km. 03:41:26 Escasa Soleado
Por aquello que ya dijera Lord Robert Cecil Stephenson Smith Baden Powell, querido fundador del Movimiento Scout, respecto a que “nuestra organización no es un club ni una cátedra, sino más bien una escuela práctica para estudiar las maravillas de la naturaleza”, el pasado sábado 9 de abril, la Asociación de Scouts Adultos de Sevilla AKELA tuvo a bien organizar, muy bien por cierto, una escapada a Constantina para recorrer lo trece-catorce kilómetros que separan la Ermita de su Patrona del llamado Cerro del Hierro, poblado perteneciente a la vecina localidad de San Nicolás del Puerto.
Esta afirmación del Lord Fundador, que podemos encontrar en su «Guía para el Jefe de Tropa» define claramente a la Guilda de Senderismo, reuniendo un grupo, reducido pero fraternal, de scouts adultos a los que nos gusta eso de “apreciar las bellezas de la Naturaleza”, como también dejó dicho el Genera en el mismo libro. Cierto que ya no somos niños y el escultismo es para nosotros algo más que un juego al aire libre (por seguir citándolo) aunque convenga en ocasiones mantenerlo vivo. Además, esta temporada 2015/16, cumplidos los llamados “ocho miles” de Andalucía, estas caminatas nos proporcionan el inmenso placer de estar juntos y valorar la naturaleza que nos rodea. Por ello, ¡qué mejor que hacerlo pisando una tierra que, de jóvenes, muchos de los presentes la realizaron en calzón corto!. De hecho, la guía previa a la salida ya era una maravillosa anticipación del paseo que nos esperaba.
Tras el pertinente desayuno en El Pedroso, llegamos a Constantina y a la Ermita en honor de Nuestra Señora del Robledo. Bella imagen de la virgen María que, según narra la leyenda, se apareció en un paraje conocido como “El Robledal” a mediados del siglo XVI, haciéndolo, además, ante un niño de nombre Melchor que pastoreaba un rebaño de ovejas. Las apariciones de vírgenes, desde un punto de vista antropológico, son asunto bien estudiado, no debiendo extrañar si consideramos que el lugar de la aparición era un descansadero y abrevadero de ganado. Padecía Constantina en aquellos tiempos un grave episodio de peste bubónica, mostrando esta aparición la capacidad de los seres humanos para vincular divinidades a los caminos y rutas, de tal modo que pudiera implorarse su ayuda y protección, del mismo modo que las divinidades mayores se asociaban preferentemente a las grandes fuerzas de la naturaleza. No otro era el modo como el hombre, desde el Neolítico, intentaba darle respuesta a lo desconocido y temible.
En torno al lugar, pues, se levantó una pequeña ermita donde rendir culto a la Santísima Virgen, estando documentado que el día 4 de agosto de 1568 un grupo de hermanos de la «Cofradía de Nuestra Señora del Robledo», se reúne para constituirla formalmente. Como curiosidad indicar que en sus comienzos la advocación fue conocida bajo el nombre de «Nuestra Señora de las Virtudes», en el camino del Robledo.
Con anterioridad a la llegada a la ermita, en la misma entrada a Constantina, nos estaba esperando otro amigo scout, de nombre impronunciable y quizás por ello ha quedado lamentablemente olvidado, que tuvo a bien acompañarnos todo el recorrido e ilustrarnos con sus comentarios sobre la inmensidad de los bosques que nos rodeaban, así como de los animales más comunes, dando muestras de un conocimiento muy superior a la media. Conste aquí mi agradecimiento y el compromiso de averiguar su nombre para próximos encuentros, fijados ya en otras primaveras.
Ahora que lo narramos, ya podemos decir que son los primeros cuatro-cinco kilómetros los más dificultosos del recorrido porque, si bien discurren por carretera asfaltada y escasa circulación, agotan lo suyo mientras nos acercan al «Mirador de El Robledo», situado en el «Puerto del Cerro Negrillo».
Junto a nosotros el Destacamento del Ejército responsable del mantenimiento de las instalaciones de comunicaciones y las grandes antenas en los cerros. Esta subida, en la que se alcanzan según nuestros registros los 807 metros de altitud, trajo a mi mente un bellísimo haikú del poeta japonés Matsuo Basho: “Al Fuji subes / despacio -pero subes,/ caracolito” y es que, en verdad, al menos yo subí como un caracol.
No es este el lugar para hablar en profundidad de los haikús aunque emplearemos algunos que nos vinieron a la mente en todo el recorrido, escritos por ese gran poeta japonés del siglo XVII al que nos referimos. Hijo de un samurái, llegó a ser el más soberano artífice del haikú y su influencia en la poesía clásica japonesa fue enorme. Al igual que el panorama de la campiña sevillana que se extendía ante nosotros, sus versos eran un verdadero calmante; serenidad que nada tiene que ver con el letargo o la modorra, por cuanto mucho nos quedaba aún. Traer su nombre a esta crónica viene bien porque, como dice Octavio Paz en la traducción al castellano de su poemario “Oku no Hosomichi” (“La Senda de Oku”) “(…) es un diario de viaje que es asimismo una lección de desprendimiento. El proverbio europeo es falso; viajar no es «morir un poco» sino ejercitarse en el arte de despedirse para así, ya ligeros, aprender a recibir”. Gran enseñanza, por cierto.
Breve parada para recuperar el aliento, dejar constancia documental mediante fotografías de la ascensión y, especialmente, observar el contraste de color que componen las masas de castaños, encinas, alcornoques, monte bajo y los robles, cuyos últimos reductos de la provincia de Sevilla se encuentran en estos parajes. Máxime en esta primavera en la que los primeros olores nos inundan merced al bien armonizado ciclo de sol y agua que está ocurriendo los últimos meses. O como diría el propio Basho: “Las patrias se derrumban, / ríos y montañas permanecen; / sobre las ruinas del castillo /verdea la hierba, es primavera”.
A continuación, el camino lo hacemos por tierra de suaves pendientes, pasando junto a la «Fuente del Escorial» -abrevadero de ganado clasificado en la red de vías pecuarias-, dejándola a nuestra izquierda. Un merendero y los restos de lo que antaño hubo de ser una zona de huertas y frutales, nos invitó a disfrutar de un descanso. Hasta aquí ya eran ocho los kilómetros recorridos, de modo que gustosamente aprovechamos la invitación para reponer fuerzas y aliviar sensaciones.
A partir de aquí los caminos se convierten en carril de tierra marrón, suave y muy agradable a la vista, por su contraste con el verde, dándonos de bruces con los restos de lo que en su día fue una mina de barita, hoy en día sin explotar, para alcanzar una puerta de acceso a un rebollar que traspasamos sin dificultad. Seguido de un breve ascenso llegamos al Cerro del Hierro, donde la espectacularidad de su paisaje rocoso y la paleta de rojos y grises, verdes y azulados, nos dejó impresionados. El agua, si le damos miles de años y un terreno con los materiales apropiados, es capaz de de esculpir con paciencia naturales esculturas de inusitada e inquietante belleza; era obligado dejar constancia de nuestro paso por allí mediante otra imagen fotográfica, ciertamente hermosa.
Una vez entrados por el interior del karst –así se denomina a este tipo de paisaje- nos perdimos por avenidas de encinas y alcornoques centenarios, junto a algún que otro cortijo, para terminar llegando al Poblado del Cerro del Hierro, que aún conserva la estructura de sus calles, conforme fue construido a finales del siglo pasado por los propietarios de la mina, de nacionalidad inglesa. Junto a los restos de un templo religioso, único en el que se realizaban los oficios de la iglesia Católica y Anglicana, y el Centro de Interpretación de la mina, ubicado en las casas inglesas, configuran un poblado de casas muy singular. Existe en el Cerro de Hierro, además, un recorrido por el interior de la mina que, con una distancia de dos kilómetros y dos horas de duración aproximadamente, nos ofrece una perspectiva muy interesante de glorioso pasado industrial del poblado y de esta tierra serrana.
Quedó pendiente para otra ocasión porque era ya hora del almuerzo y en el bar de los amigos Fernando y Rocío, lleno hasta los topes, como parece que ocurre todos los fines de semana, nos esperaba un suculento almuerzo a base de carnes de la sierra, salmorejo y demás delicias ibéricas.
Tras la sobremesa, solo quedaba volver a la Ermita de Constantina y recoger los vehículos, para lo que el amigo Fernando se prestó a llevarnos.
Otro camarada que vamos encontrando a nuestro paso. Quede constancia aquí de los excelentes servicios que han prestado, los cuales serán recompensados en su momento como se merecen.
Antonio Rosa, cronista.